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Economía verde, capital natural, servicios ecosistémicos… ¿Es necesario un cambio de paradigma?

En el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medioambiente (PNUMA), la economía verde se define como un desarrollo del modelo económico actual. Esta tiene como objetivo reducir riesgos ambientales, las carencias o insuficiencias ecológicas. Asimismo, la sostenibilidad no debe ser solamente aplicada al pilar ambiental, sino para mejorar el bienestar humano.

Para dar lugar a este cambio, el escenario plantea reducir las emisiones de carbono y la polución. A su vez, mejorar la eficiencia de la energía y de los recursos utilizados así previniendo la pérdida de la biodiversidad y de los servicios del sistema.

Es decir, bajo la nueva perspectiva económica y aplicando el concepto de desarrollo sostenible, por ejemplo, en una empresa, esta misma debe cumplir con estos requerimientos al ejercer su desarrollo para que sea considerada como una empresa con “crecimiento competitivo”.

No solo eso, como bien indica Natural Capital Coalition, uno de los motivos fundamentales de este cambio de paradigma, es definir el capital natural, es decir, todos aquellos recursos naturales de los que dispone el planeta. Además, se puede observar en el The World Factbook de la Central Intelligence Agency (CIA), varios elementos del capital natural han decrecido desde hace varias décadas enormemente, encontrándose actualmente problemas ambientales en varios países.

Por este motivo, actos como el World Forum on Natural Capital (WFNC) del 2015 en Edimburgo proponen un replanteamiento del concepto del capital natural hacia la comprensión y la reinversión en estos recursos cuando se consume más de lo que es posible para evitar el colapso a nivel local o global por culpa de un capital natural mal gestionado.



A su vez, podemos definir los servicios del ecosistema como los beneficios que obtiene la humanidad de los procesos de la naturaleza –o de este capital natural mencionado previamente – gracias a, por ejemplo, las interacciones entre diferentes organismos y elementos.


Actualmente, con la finalidad de crear una visión más clara, se están asignando valores económicos al capital natural en términos financieros, basados en el coste que tendría el reemplazo por opciones de acciones homólogas desarrolladas por los humanos. Como ejemplo referente al valor del capital natural en términos financieros, se establece en el World Forum on Natural Capital, entre otros ejemplos, que el coste de la labor de polinización que realizan los insectos tendría un valor aproximado de 190 mil millones de dólares anuales.

No solo eso, igual que promulga el WFNC, también sostiene que para el correcto desarrollo de la economía verde se debe “mantener, mejorar y hasta donde sea necesario reconstruir el capital natural como un activo económico fundamental y fuente de beneficios públicos” y como indica PNUMA, siendo “especialmente importante para las personas que viven en condiciones de pobreza, cuyo sustento y seguridad dependen del medio natural”.

Propone a su vez, una serie de acciones clave para conseguir llegar al nuevo modelo, como serían, entre otras, el establecimiento de políticas reguladoras que prioricen la inversión del gasto público en las áreas más impulsoras de la actividad verde en los diferentes sectores, así como en la educación e información relativa al tema.



Como ejemplo en el ámbito europeo, encontramos la estrategia Europa 2020 que tiene el objetivo de transformar la economía europea en una inteligente, sostenible e incluyente para el 2020.

Asimismo, la responsabilidad mayoritaria del deterioro ambiental actual proviene de las economías en alza en esos momentos. Aunque, por otro lado, se critica el hecho de que no existen representantes activos que sean consultados en estas conferencias, anulando así su capacidad de participación. Como consecuencia, provocando sentimientos de autodeterminación a la hora de tomar las medidas ambientales de forma independiente mediante agendas individualizadas.

Además, estos comentarios vienen acompañados de otras duras críticas que cuestionan la “sostenibilidad” de estos eventos en sí, por el gasto de recursos que supone que podrían ser reinvertidos en luchar realmente por la causa a escala local y por el impacto que tienen frente al medioambiente, ya que, por ejemplo, la cumbre de Río+20 supuso un cúmulo de 60 toneladas de basura; así como críticas hacia las soluciones tecnológicas que proponen en torno a la energía eficiente, puesto que esto requerirá del uso de grandes superficies y espacios para, por ejemplo, el establecimiento de granjas eólicas.



Asimismo, como comenta el ponente anónimo de la Cumbre de Nairobi, con políticas justas y equilibradas que aseguren una garantía del cumplimiento de las premisas que se pretenden alcanzar, así como una correcta transición hacia este tipo de economía que no perjudique a los eslabones más bajos de la cadena social; podría ser la clave para solucionar la brecha entre economía y medioambiente.


Según mi percepción, otorgar un valor a los servicios ecosistémicos no tiene por qué suponer deliberadamente un ansia de comercio con los mismos, sino que, visto desde un prisma de análisis compensatorio, se debe utilizar para concienciar del valor mismo del capital natural de una forma que todo el mundo pueda comprender, es decir, mediante la asignación de un valor monetario.

Debido a que nos encontramos en una crisis económica, ambiental y social, debemos abrirnos a posibilidades que traten de subsanar, con vistas al futuro, la situación actual; mientras paralelamente esas críticas pueden ir subsanándose, como sucedió, según el artículo de Rebelión en la reafirmación del derecho humano al agua y al saneamiento, que, después de mucha persistencia por parte de organizaciones fue finalmente aprobado en julio del 2010 en la ONU. Aunque, habiendo analizado los datos de United Nations, lo más preocupante para mí no es el tiempo que se haya tardado en aprobarse ese derecho básico, sino que 41 países se han abstenido de votar y 29 se encontraban ausentes.


Las críticas a esos países “que señalan con el dedo a otros que hacen lo que anteriormente ellos mismos hacían” se podría rebatir con el simple argumento de que anteriormente no se tenía el conocimiento –o al menos no en la escala que se tiene ahora– sobre la importancia del medioambiente y lo que supone para la vida humana. Paralelamente, hoy en día se han desarrollado soluciones tecnológicas potentes –como por ejemplo en la gestión de residuos urbanos sólidos (RSU) como indica Greenpeace. Estas servirían como prácticas a adoptar en países con grandes niveles de contaminación como China.



Algo a apoyar por parte de estos detractores serían las críticas a los costes ambientales y económicos que suponen estas cumbres.

Según mi criterio, los principios iniciales de la economía verde –así como los propósitos generales de la cumbre Río+20 y por ende y reforzados, los descritos en la cumbre del 92– deberían ser respaldados mientras que paralelamente las organizaciones juegan el rol de “correctoras” y protectoras para con los principios que defienden, tratando así de, entre la colaboración y el conocimiento de los diferentes actores que forman parte del nuevo modelo, conseguir una –utópica– situación ideal.


¿Y si todo ese dinero que se mueve se empleara en realizar los propósitos que se divulgan con la finalidad de demostrar convincentemente el poder de lo que se promulga?


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